Adrenalina hasta en la ducha

"El miedo de no lograr llegar a la cima, el miedo a que los brazos no den más y las manos se suelten. Faltando pocos escalones las manos se sienten adoloridas y los músculos de los brazos se sienten quemar por el esfuerzo".


 Por: Daniel Felipe Cubillos Amaya.

el anzuelo medios casa en el aire

“Ponte a pensar cómo será e’ bonito vivir arriba de todo el mundo, allá en las nubes con los angelitos sin que te puede molestar ninguno” Rafael Escalona. ¿Qué tal dormir a veinte metros de altura? o quizás ¿tomar un descanso en hamaca a cincuenta metros de altura? La Casa en el Aire existe y está en Colombia. Una casa hostal tipo campamento con cabida para diez personas. Para turistas intrépidos, en busca de aventura y experiencia nuevas, este destino se encuentra ubicado en la vereda La Peña en el municipio de Abejorral, a tres horas de Medellín.

Para los tolimenses la experiencia comienza doce horas antes de llegar al lugar, ya que primero es necesario llegar al terminal del norte en Medellín y luego tomar otro transporte que vaya hacia el municipio Abejorral. Por la condición de las vías y la variabilidad del clima es recomendable no llegar en vehículo particular.

¿Cómo vivir una aventura sin siquiera llegar al destino? El camino es variable y la compañía misteriosa. No es raro encontrarse con el típico paisa carismático, alegre y chistoso como conductor del bus que lleva a Abejorral, es el caso de Jaime Pava “El Calidosito” quien asegura que “por lo general sube puro turista gringo y gente de Medellín, pero sobre todo mucho extranjero”. Luego de saltos múltiples, un par de derrapes por lo húmedo de la vía y tres horas de camino comienza una caminata en ascenso donde los turistas se encuentran todo tipo de acompañantes como lugareños ofreciendo sus servicios de acarreo de equipaje y alimentación, e incluso guías caninos fieles al viajero y en busca de alimento para humanos con cara de “cualquier cosita es cariño”. Son quince minutos de subida por un camino destapado, hay que estar preparado para el “tiestazo”.

 

 

 Primero almorzar y luego acampar

Grandes porciones y charlas amenas nunca faltan en la cultura paisa. La señora Ángela Villada es habitante del municipio Abejorral desde hace dieciocho años. En la actualidad se dedica a proveer alimentos a los turistas que llegan a La Casa en el Aire. En su restaurante se preparan platos como sopa de legumbres, frijoles, verduras y sudados acompañados de trucha, carne de res, cerdo o pollo según el paladar del visitante. Una turista puertorriqueña sembró en la cabeza de la señora Ángela la idea de servir a la basta población que pasaba por La Casa en el Aire. Luego de dialogarlo con su esposo Alberto Patiño, el día 20 de julio de 2016 decidieron empezar su negocio a pocos metros de la entrada del destino turístico.

Para la mayoría de los visitantes es un misterio fascinante lo que se pueden encontrar al llegar a La Casa en el Aire. El restaurante de la señora Ángela es un punto de encuentro ideal para compartir con otros viajeros lo que esperan del destino en general. Algunos llegan en busca de aventura, otros fueron invitados por su pareja y algunos vieron un comentario a través de las redes sociales que los impulsó a tomar la decisión de ir. Durante el almuerzo Laura Giraldo y Elkin Jaramillo, una pareja de Medellín, hablaban de como a través de las redes sociales descubrieron la existencia de La Casa en el Aire y decidieron darse la visita como un regalo en pareja. Lo que buscaban era un lugar en el cual desconectarse de la cotidianidad, vivir una aventura y relajarse mientras entran en conexión con la naturaleza.

Luego del almuerzo y de charlar con otros viajeros, el restaurante de doña Ángela se convierte en el lugar de preparación para internarse en la aventura. Cepillarse los dientes, ir al baño y luego aplicarse el repelente para los mosquitos hacen parte del ritual para retomar la caminata al interior del cerro San Vicente.

Casa a la vista: comienza la aventura

Dos cables templados de canopy de cuatrocientos metros de longitud y un guía con arnés y casco es lo primero que los turistas pueden encontrar. Para entrar al aerohostal hay dos formas, la primera es continuar caminando al interior del cerro hasta observar las casas de madera propias del lugar. La segunda forma es atreverse a montar en canopy asegurado con casco y arnés, y disfrutar de la panorámica del cerro San Vicente, el cañón del Rio Buey y de La Casa en el Aire.

Estar sentado en el arnés sosteniendo la polea da un poco de susto, un hormigueo en el estómago, y un poco de frío en las manos por el miedo, “que pase lo que tenga que pasar... nos fuimos”. Luego de arrancar el hormigueo se transforma en un vacío como un agujero que atraviesa las entrañas. El viento en los brazos y la cara, la ausencia de suelo bajo los pies, ayudan a llegar a un estado de éxtasis y libertad.

Cada una de las actividades de La Casa en el Aire pertenece a lo que se conoce como deporte extremo, cada actividad requiere de esfuerzo físico. La supervisión de los guías y los elementos de seguridad, hacen llevadera la sensación de peligro que se encuentra entre la inhibición y el instinto de supervivencia. El canopy o tirolesa está compuesto por una polea que es impulsada por la gravedad sobre cables de acero, lo que indica que cada persona vivirá una experiencia diferente dependiendo de su estatura, peso y fuerza física. A unos diez metros del punto final del cable la polea se detiene, al bajarse las piernas y brazos siguen temblando por la emoción de la aventura.

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Cada persona debe escoger el lugar donde quiere dormir. El que llega primero escoge cama, así que es mejor llegar temprano al lugar. Cuando todo parece tranquilidad y las cosas están en su lugar, llega un guía a saludar a todos los allí presentes. “Ahora vamos a saltar desde la ventana de la casa... tranquilos, solo son veinte metricos de caída”. La gente cree que es broma hasta que los encargados de seguridad comienzan a montar las cuerdas y los arneses... todos son valientes hasta el famoso ¿quién va primero? El péndulo es una de las atracciones emblemáticas del lugar y uno de los momentos de mayor adrenalina de toda la estancia. El momento más aterrador es antes del salto, por la cuerda tensionándose para amortiguar la caída. Al saltar regresa la sensación de vacío, pero esta vez no es la de volar, sino la de caer.

Una cosa es ver a una persona subir las escaleras y otra cosa es subirlas. La malla colgante es tal vez una de las actividades que requieren de mayor esfuerzo físico y que brinda mayor satisfacción. Con ochenta metros de altura es la atracción que mejor vista tiene en La Casa en el Aire. Los primeros pasos en ascenso por los tubos metálicos de la escalera son sencillos, a medio camino los brazos comienzan a sentirse cansados, es ahí donde comienza la angustia. El miedo de no lograr llegar a la cima, el miedo a que los brazos no den más y las manos se suelten. Faltando pocos escalones las manos se sienten adoloridas y los músculos de los brazos se sienten quemar por el esfuerzo, pero luego de haber avanzado tanto ya no queda más opción que continuar. En un principio las personas se preguntan por qué la malla colgante es la única atracción que no tiene un límite de tiempo. Luego de llegar a la cima con los brazos, palmas y piernas agotado, todo tienen sentido.

Un genio loco

Al igual que muchas grandes creaciones, todo se dio por casualidad. Nilton López es un trabajador de las alturas, es decir que las empresas lo contactan cuando buscan instalar algún equipo de seguridad como arneces o puntos de anclaje a más de dos metros de altura. Además, es considerado un escalador profesional. Este estilo de vida comienza cuando López toma la decisión de enfrentar, curiosamente, su temor a las alturas. Hoy día para él no es solo colgarse de una cuerda, es toda una pasión. Esa pasión lo llevó a iniciar su propio lugar de descanso y aventura para los fines de semana, La Casa en el Aire. Pero anclar una casa de madera a veinte metros de altura no es económico. “Nilton llegó como un extraterrestre con cuerdas, casco, madera... se demoró tres meses para hacer la primera plataforma de la casa, seis años después culminó su proyecto” señala Jhon Alexis Osorio, uno de los primeros guías del destino turístico.

 

 

“Realmente lo que me hizo quedar acá fue la genialidad de Nilton...él es una persona única y con una energía muy fuerte” afirma Marcelo Echavarría un argentino amante de los viajes como mochilero y de la escalada. En un principio fue un turista que pasó por las atracciones de La Casa en el Aire. Pero luego, su amor por las alturas y la idea de trabajar con el constructor de La Casa en el Aire y su equipo lo hizo querer pertenecer al proyecto de forma indefinida.

 

 “Inicialmente me endeudé muchísimo para la construcción de la casa y la compra del terreno... y había que pagar eso” comenta Nilton. Gracias al apoyo y la motivación que le dio su esposa Andrea, el proyecto de La Casa en el Aire comenzó a popularizarse por redes sociales hasta atraer turistas nacionales y extranjeros.

Cae la noche

La Casa en el Aire usa energía solar, durante la noche los visitantes pretenden gastar la menor cantidad de electricidad posible. Así que las únicas luces que acompañan a los viajeros son las que tiene el firmamento. Al igual que el almuerzo, la noche es un momento de compartir experiencias, sensaciones e incluso historias con los demás huéspedes. Laura Giraldo cuenta que la experiencia en la Casa en el Aire que más le gustó fue el péndulo, “montar en el péndulo es muy emocionante, muy miedoso, pero muy chévere”. Ella es uno de los huéspedes que llegó en busca de aventura y se encontró con un paquete lleno de adrenalina.

Marcela Ramírez, una viajera que llega desde el valle colombiano afirma que “la experiencia es única, el paisaje es hermoso y es una nota”. Por su parte, su pareja Johan Andrés Carbajal vino en busca de una aventura más, ya que antes había tenido la oportunidad de practicar deportes como el canopy y escalada. Compartir es parte fundamental de viajar, la Casa en el Aire es un destino que permite la creación o fortalecimiento de lazos. Ya sea que vaya con la pareja o con amigos, es fijo que quien visite este lugar no solo se llevará recuerdos de una experiencia extrema, sino también, lazos de amistad con personas de distintas partes del país o incluso del mundo. 

Vivir una noche en la Casa en el Aire es compartir anécdotas con personas de distintas partes del globo. Con café o pola para amenizar la charla, la compañía de los cuerpos celestes y las historias de otros viajeros la noche se pone cálida. Como es un lugar abierto, la noche puede ser fría, por esa razón antes de dormir todos colocan las sábanas que trajeron de la casa y sobre ellas dos cobijas térmicas que permiten descansar cómodamente y resguardarse del frío, aunque hay quienes buscan el calor humano para compartir la noche, cada quien pasa la noche como mejor le parece.

Un duchazo y a volar

Desde la ducha se saluda perfectamente a quien pasa por los cables del canopy. Tomar un baño para muchos es un momento sagrado y de relajación. A pesar de todas las condiciones de seguridad siempre queda la duda de ¿y si se suelta esta tabla a dónde voy a dar? Por supuesto todo está asegurado. Desde el sifón de la ducha se aprecia que lo único que sostiene la bañera es un borde de madera. Así que con un pie adentro y otro afuera (por si las moscas) un viajero puede perfectamente darse un duchazo de agua fría admirando la vista que ofrece el cañón del Río Buey.
Si el cielo y el cañón están despejados las hamacas colgantes son la combinación perfecta entre relajación, adrenalina y una vista espectacular. Se trata de sentarse en una hamaca a cincuenta metros de altura. Son los quince minutos de mayor confusión para la cabeza. “Estoy acostado pero a cincuenta metros de altura”, “si me muevo me caigo, pero si no me muevo no veo”. Es el lugar perfecto para los apasionados por las redes sociales, no sacarse una foto en ese lugar es imperdonable, aunque no falta el intrépido camarógrafo que deja caer su celular o cualquier pertenencia al vacío. Sin embargo, si el viajero olvida su cámara siempre se puede apoyar en “El Chamo” quien presta su servicio de fotos instantáneas a quien lo requiera.

Un chamo en bicicleta

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Todos tienen su propia motivación para visitar La Casa en el Aire. Para algunos significa estar en contacto con la naturaleza, para otros es encontrar un lugar en el cual relajarse, vivir una aventura diferente para salir de la cotidianidad, una forma de enfrentar sus miedos, y para algunas personas es una fuente de ingresos y de inspiración. Ever Rojas es un venezolano que llegó desde la cuidad de Caracas en busca de un sueño, viajar en bicicleta y dejar registro de sus experiencias.

“Desde que estaba en bachillerato soñaba con hacer mi viaje en bicicleta por Latinoamérica”. La idea inicial era reunir dinero suficiente para comprar los insumos necesarios para el viaje como maletas, cámaras, soportes, comida, etc. Y por supuesto comprar la bicicleta indicada para la aventura. Sin embargo, pasaron los años y el dinero nunca alcanzó para cubrir todos los gastos. “Un día decidí vender una moto que tenía para comprar unas camaritas, algunas cositas para la bicicleta; construí unos bolsos con unos pilones de plástico y construí las parrillas para cargar todo en la bici y arrancar” afirma Rojas, “salí de Venezuela con tres dólares en el bolsillo”. La vida es dura y un viaje en bicicleta no es la excepción. El Chamo, en ocasiones, aguantaba hambre, otros días acampaba; algunas veces trabajaba en construcción o en el campo para financiar su viaje. “Poco a poco y con mente positiva he llegado bastante lejos”.

Dos mil doscientos setenta kilómetros después llega a La Casa en el Aire con la intención de reunir dinero para continuar con su viaje por Latinoamérica. Cuando retome la carretera El Chamo buscará dormir en un lugar diferente, pedaleando todos los días. Busca darle una vuelta a Colombia por completo, pasar por Ecuador y terminar en Argentina. La idea del viaje, aparte de vivir la experiencia, es inspirar a otras personas a viajar y conocer el mundo. “Busco motivar a otras personas a viajar y demostrar que para viajar lo único que se requieren son las ganas”.
Chao pues y que vuelva... 

 Con nuevas anécdotas para la familia y los amigos comienza el fin del viaje. Nuevos turistas llegan puntualmente a las doce del día con ganas de vivir lo que tiene La Casa en el Aire para dar. Ya al medio día el turista es despedido de Abejorral por un almuerzo de fríjoles muy característicos de la cultura paisa y acompañado nuevamente por los vigilantes de cuatro patas se retoman el camino de regreso a la vía principal por donde pasa el bus que regresa a Medellín. Ya en el bus que lleva a su destino y con una sonrisa en el rostro por la aventura, solo queda algo por hacer... planear el siguiente viaje.

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La casa en el aire


 Por: Daniel Felipe Cubillos Amaya. Estudiante Comunicación Social y Periodismo. Universidad de Ibagué. 

Por: Natalia Romero, Laura Olaya, Daniel García, Juan Pablo González

Estudiantes Comunicación Social y Periodismo Unibagué VII semestre

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