Renacer
Por: Sofia A. Martinez Tovar
It's a human sign when things go wrong, when the scent of her lingers and temptation's strong, resonaba suavemente en la radio, mientras la brisa fría de la mañana acariciaba el rostro de Daniel. Sus ojos seguían el ir y venir de los carros en la transitada vía, pero su mente estaba atrapada en los papeles que sostenía con manos temblorosas. Cada palabra escrita allí hacía que su corazón latiera más rápido, como si fuera un presagio de muerte. En ese instante, Daniel se encontraba atrapado en un torbellino de caos, suspendido en un limbo entre la realidad que lo envolvía y la desesperada necesidad de sobrevivir. Cada segundo parecía alargarse, cargado de una tensión palpable, como si el mundo a su alrededor estuviera a punto de desmoronarse en un instante impredecible. Daniel tenía cáncer.
Fue en 2018, cuando Daniel comenzó a sentir pequeños dolores en las costillas y en las piernas, dolores que al principio eran tan leves que apenas le prestaba atención. Con el paso del tiempo, esos malestares empezaron a acumularse, cada vez más persistentes, hasta que finalmente decidió acudir al médico. Sin embargo, las visitas se convirtieron en un ciclo frustrante. Los diagnósticos eran confusos, apuntando enfermedades que no parecían coincidir con lo que él sentía realmente. Así continuó Daniel, navegando un 2018 lleno de incertidumbre, mientras los dolores seguían ganando terreno en su vida. Pero no fue sino hasta 2019, en un día cualquiera de su rutina habitual, cuando se levantó temprano para ir a trabajar. Sin embargo, en un instante fugaz, el suelo frío lo sorprendió y su visión se nubló por completo. Al abrir los ojos, Daniel se encontró en una habitación blanca, rodeado de un silencio abrumador y un cable conectado a su mano, como una serpiente silenciosa que ataba su realidad a un nuevo y desconocido horizonte.
Cuando el misterio de los dolores finalmente tuvo un nombre: Mieloma múltiple, cáncer en los huesos, en un lenguaje más común, la mente de Daniel se llenó de sombras. Al escuchar el diagnóstico, lo primero que cruzó por su pensamiento fue la muerte. Es imposible no imaginar el final; la fragilidad de la vida se siente en cada latido. Todos esos miedos se acumulan en la cabeza de Daniel como nubes densas que amenazan con formar una gran tormenta.
La vida de Daniel dio un cambio de 180 grados. Tuvo la necesidad de cambiar sus actividades diarias, su forma de relacionarse con las personas, cambió su alimentación, su condición física, su mentalidad. Pero su mayor cambio fue el nuevo valor que le dio la vida, la nueva percepción del tiempo y la inevitabilidad del mismo.
Fue un cambio drástico y progresivo que no hubiera podido superar de no ser por su círculo social más cercano: su familia, sus amigos, la asistencia médica y el acompañamiento psicológico. Nubia, su esposa, jugó un papel esencial en cada etapa de su transformación. En los momentos de depresión, ella estaba ahí, hablando, abrazando, y recordando su importancia y fortaleza. En la etapa del dolor, se convirtió en su compañera de distracción, viendo películas juntos y escuchando música para atenuar el sufrimiento. Su profunda fe en Dios no dejó que Daniel recayera; lo ayudó a fortalecer su inteligencia emocional y su resiliencia. Despertaron en él un nuevo sentimiento que lo impulsaba a aferrarse a este mundo; por ello tenía que seguir en la batalla para poder dar la revancha que tanto se merecía, y enseñarle a la vida que siempre “en juego largo hay desquite”.
El hospital era algo nuevo para él, alguien que nunca sufrió de algún procedimiento médico, que muy rara vez visitaba una clínica y que presentaba una condición física envidiable; ahora tendría que convertirlo en su diario vivir en donde cada visita significaba para él un desgaste físico y un dolor inexplicable. “ Soy una persona tan nerviosa, nunca había estado en una clínica, nunca me habían hecho estos procedimientos y por el tratamiento a mí me hicieron sacar muchos exámenes, muchas resonancias, muchas biopsias y la verdad, para mi físico, esos exámenes fueron muy muy duros”.
Comenzaba el tratamiento, su rutina ahora se basaba netamente en procedimientos médicos en donde recaer no era una opción. “Eran diarias, durante 15 días y descansaba otros 15 días”, mencionaba Daniel con la voz entrecortada. Los medicamentos parecían ácidos ardientes que circulaban por su cuerpo. La movilidad cada vez era más reducida, el dolor más insoportable, las dificultades empezaban a aumentar y la esperanza cada vez era más inexistente. Bogotá fue un infierno para él, pues fue allí la única ciudad capaz de realizarle los procedimientos médicos. Su familia lo visitaba, pero nada era igual, era una carrera contra reloj, en donde el único competidor era él. La inefectividad de los medicamentos era evidente; se respiraba un ambiente desalentador, el cual dejaba al descubierto una solución un tanto riesgosa, en donde el azar y el destino cobraban protagonismo en esta historia.
Después del tratamiento, llegó el momento decisivo: la biopsia. Era el examen que determinaría si la médula, finalmente purificada, había quedado libre de enfermedad. Cada día, la incertidumbre se volvía una compañera constante, mientras los médicos examinaban meticulosamente los resultados, evaluando si finalmente podían proceder con el trasplante. En el 2020, en la clínica de Marly en Bogotá, Daniel se sometió al trasplante, una intervención que, como lo menciona él, fue “como volver a nacer”, marcando un nuevo capítulo en la vida que se desplegaba ante él con la promesa de una nueva oportunidad para vivir.
Este procedimiento marcó el inicio de un nuevo capítulo, una oportunidad renovada para vivir que se desplegaba ante él. Con cada amanecer, Daniel no solo celebraba la vida que había recuperado, sino también la fuerza y la resiliencia que había descubierto en el proceso. Su historia se convirtió en un testimonio de superación, un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, hay una luz que nos guía hacia un nuevo comienzo.
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