Panelero hasta el final de sus días
Por: Jorge Medina Roa.
Arnulfo Roa Borja recuerda aquellos días con una mezcla de nostalgia y resignación. Hace más de 50 años que este hombre de 84 años, con dos divorcios en su historia y una vida entera dedicada al campo, se entregó al arte de la producción de panela en San Bernardo, Tolima. A lo largo de este tiempo, ha visto cómo la tecnología ha facilitado algunas partes del trabajo; lo que antes requería la fuerza de caballos para mover el trapiche, hoy se logra con un motor a diésel. Sin embargo, aunque las máquinas han disminuido la carga física, aunque el peso que lleva sobre sus hombros sigue siendo inmenso, más allá de lo que cualquier avance tecnológico puede aliviar.
En su juventud, Arnulfo veía un futuro lleno de oportunidades. Su abuelo, un hombre que también dedicó su vida al campo, le enseñó desde niño a cultivar la tierra, a cuidar cada detalle de una finca. En su momento, Roa logró sostener a 10 hijos. Por aquel entonces, el Estado mantenía convenios con los productores de panela para su exportación, lo que garantizaba ingresos suficientes y una estabilidad que permitía mirar un futuro prometedor. En aquellos tiempos, cuando el trabajo en la producción de panela aseguraba un sustento economico estable para su familia y el orgullo de ver cómo su producto viajaba más allá de las fronteras del país, parecen ahora un sueño lejano.
“Eso ya no es así,” murmura Arnulfo mientras recorre su finca, que ha sido su hogar y su refugio durante toda su vida. El sol de la tarde cae con fuerza sobre los campos donde antes crecía café, una tradición que ha tenido que abandonar debido a los cambios en el clima. Los veranos ahora son más intensos y largos el café, que solía prosperar en estas tierras, ya no es una opción viable. Hoy, entre sus cañas de azúcar, también crecen mango, limón y cacao, cultivos que, aunque no son tan rentables como el café lo fue en su tiempo aún siguen siendo una parte esencial de su sustento. Sin embargo, el esfuerzo que se requiere para mantener la finca en funcionamiento es cada día mayor, los desafíos parecen multiplicarse a medida que el tiempo avanza.
La gran migración del campo a la ciudad ha dejado marcas profundas en San Bernardo. “Ya no hay gente que sepa cómo manejar un trapiche,” dice Arnulfo, con una mezcla de tristeza y resignación. Los jóvenes que antes aprendían el oficio de sus padres y abuelos, ahora buscan una vida diferente en las ciudades, lejos del trabajo arduo y la incertidumbre del campo. Los pocos que se quedan en el área, a menudo prefieren empleos más actuales y menos exigentes, dejando a Arnulfo y a otros como él en un reto constante por mantener vivas las tradiciones y la productividad de sus fincas.
Las dificultades que enfrenta no terminan ahí. La inflación ha reducido considerablemente el valor de su dinero, haciendo que los ingresos que recibe por su trabajo sean insuficientes para cubrir sus necesidades básicas. “Ahora toca dejar de comer para que alcance", confiesa Arnulfo, sin rastro de autocompasión, pero con la sinceridad de quien ha vivido muchas décadas y conoce bien la dureza de la vida en el campo. En otros tiempos, los bancos ofrecían créditos para expandir y mejorar las fincas, pero hoy, debido a su edad, Arnulfo ya no es considerado un cliente viable por las entidades financieras. Sin acceso a financiamiento, los sueños de inversión y crecimiento que alguna vez tuvo se han desvanecido, dejándole solo con el deseo de mantener lo que ha construido con tanto esfuerzo.
Obtener una certificación para su finca, algo que podría abrirle nuevas oportunidades en el mercado, se ha convertido en una tarea casi imposible. Los costos asociados con la certificación son extremadamente altos, muy por encima de las ganancias que un pequeño productor como Arnulfo puede generar. “Es un desafío salir adelante,” reflexiona, y no solo por la falta de dinero o recursos, sino también por la indiferencia de un sistema que parece haber olvidado a aquellos que, como él, han sostenido la tierra con su sudor y esfuerzo.
El panorama que enfrenta Arnulfo es sombrío. El apoyo del gobierno, que en el pasado fue clave para el éxito de su finca, ahora es casi inexistente, y la sociedad parece mirar con indiferencia o desdén hacia los problemas del campo. Sin embargo, en su voz se percibe una determinación que desafía la adversidad. A pesar de todas las dificultades, Arnulfo sigue levantándose cada mañana, caminando los dos kilómetros que lo separan de su finca, y cuidando con esmero sus cañas de azúcar, sus árboles frutales, y su orgullo como panelero.
“No sé hasta cuándo pueda seguir,” dice, mirando al horizonte donde el sol comienza a descender, marcando el final de otro día de trabajo. Pero hasta que llegue ese día, Arnulfo Roa Borja seguirá luchando, con toda la fuerza que le queda, para mantener viva la tierra que lo ha sostenido durante toda su vida. Porque, aunque el mundo haya cambiado y las condiciones sean cada vez más difíciles, su amor por el campo y por la panela sigue siendo inquebrantable.
Arnulfo no se lamenta de su destino; acepta con dignidad las dificultades que la vida le ha presentado. Sabe que la producción de panela ya no es lo que era antes, que la falta de apoyo y las condiciones económicas adversas han hecho de esta labor una tarea casi heroica. Pero también, sabe que esta es su vida, el legado que ha recibido y que desea dejar a sus hijos y nietos; aunque muchos de ellos hayan elegido un camino diferente, lejos de los campos de caña y los trapiches. En la soledad de su finca, rodeado de los árboles que ha plantado y cuidado durante tantos años, Arnulfo encuentra consuelo en el conocimiento de que, al menos por ahora, sigue siendo un guardián de la tradición, un testimonio viviente de una forma de vida que está desapareciendo lentamente.
El día llega a su fin, y Arnulfo se prepara para regresar a casa, cansado pero satisfecho por haber cumplido con su deber una vez más. “El campo siempre ha sido duro,” dice, “pero es lo que sé hacer. Es mi vida.” Y con esas palabras, se despide de sus cañas, sabiendo que mañana volverá a enfrentarse a los mismos desafíos, con la misma determinación que ha tenido durante más de 50 años. Porque, aunque el futuro sea incierto, la voluntad de Arnulfo Roa Borja sigue siendo tan fuerte como el hierro, y su amor por la tierra, tan profundo como las raíces de la caña que ha cultivado durante toda su vida.
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